18/01/22
Descripción de la publicación.
10/4/20252 min read
18/01/22
Nadé tanto hacia ti
que el mar de mi propia vida
dejó de hacerme contracorriente.
El médico diagnosticó
adicción por un cuerpo
color café otoño,
espirales marcadas
que hacían resaltar
tus ojos marrones;
mejor dicho:
los responsables
de mi perdición.
Cualquier yonqui
quedaría asombrado
de lo mucho
que me podía hacer
tu poca presencia.
Olvidé lo que eran
las noches de desvelo con amigos,
amigos que a menudo
me reprochaban
dónde había dejado
su número de teléfono.
Se esfumaron las tardes
de concentración en el trabajo
por estar aventando mis ojos
al móvil,
esperando tu mensaje.
¿Y cómo hace uno
para dejar de ver el atardecer?
Solo hay que esperar
hasta que oscurezca,
hasta que este fenómeno
termine.
Y así fue como nos pegó:
la nube negra,
la oscuridad.
Tuvieron que cerrar de golpe
las puertas.
El cartel por fuera apuntaba:
“no hay acceso
para ningún apasionado más
en esta habitación”.
Nos habían dejado a la intemperie
esa noche en que todo cambió.
Eso éramos:
dos apasionados.
No había nada que perder
más que el uno al otro,
algo que nunca sucedería.
Nos dimos hasta la última gota
que derramó este famoso
“amor eterno”.
Lo exprimimos
como se exprimen los años.
Mi edad más la tuya
era lo que iba a durar
este contrato.
Hasta la muerte,
ese era el estudio
que se nos había presentado
para la conclusión de este mismo.
Pero nadie nos lo dijo antes:
que este puente no tenía destino,
que no había “del otro lado”.
Que la última parada de este tren
era un muro de contención.
Que este bus sin ruta
nos conduciría
al precipicio del olvido.
Que nos dejaría en insomnio
en el lugar que usábamos
de refugio.
En el que después sería
una masacre.
Que podría estar la guerra
tronando entre nosotros
y ni una sola bala nos rozaría;
o por lo menos
yo trataría de ocultar mis heridas
para hacértelo creer.
“Ven a mis brazos que en este vuelo viajará lo más preciado, que eres tú”
y así fue como emprendimos este viaje,
nadie nos reveló que sería “el viaje más increíble”,
vaya que fue cierto...
nadie veía venir esto,
En algún momento el vuelo debería acuatizar
por el mar de los recuerdos,
que sería lo único que nos quedaría;
Presentábamos sobre equipaje y uno de los dos tendría que bajar de aquí;
Me había cansado de estar por las nubes y verte a ti como primer plano,
de que mi piel fuera tuya y tus ojos míos.
Ahora el desengaño asomaba los ojos en cada atardecer,
nos dimos cuenta que al llegar al muro,
a cualquiera de los dos le haría falta la otra persona para poder cruzarlo.
Así fue, un día perdí la brújula del corazón y sin saber el norte,
caminé hacia el lado opuesto,
alejándome cada vez más de ti.
500 días llevo caminando en dirección al sur,
y aún sin embargo a medianoche,
lamentablemente…
sé que la tal brújula la tengo yo.